miércoles, octubre 25, 2006

PARA QUÉ LOS VENEZOLANOS USAMOS RELOJ?


Se dice que la tarjeta de presentación del venezolano es la impuntualidad. Sin embargo existe una buena parte que desmiente ese mito, aunque según los impuntuales, somos mayoría.
Contrariamente al puntual, que asume esta cualidad como una condición invaluable a la hora de empezar, hay de algunos, que terminar es lo más importante, aún sin saber por donde se empieza.
¿Qué pasaría en el mundo si todos asumiéramos una postura despreocupada ante la impuntualidad?
Mentiría al decir, que a la mayoría de los venezolanos le despreocupa las consecuencias de esta interrogante.
Los eruditos en la materia aseveran que el respeto al prójimo, en este caso "la puntualidad", es uno de los factores para medir la cultura de un pueblo, es por esto que propongo un viaje desde estas coordenadas, para imaginarnos ¿cómo serían las cosas, si los Londinenses fueran Caraqueños y viceversa?
Para empezar: el reloj de “La Previsora” no sería digital, marcaría la hora correcta y estuviésemos invadidos de turistas dándole la vuelta los 360° para apreciarlo al detalle tal y como aparecería en las revistas más reconocidas del turismo internacional. Mientras tanto, en Londres, en el Big Ben o “El guardián de la hora”, como también se le conoce; justo en la edificación de la torre, funcionaría una sala de cines, y el majestuoso edificio del parlamento, estuviese impregnado de oficinas, tiendas de celulares y un sin fin de coleados de la tan prolífera economía informal.
El tradicional té de las cuatro en punto, no existiría, remplazado por el impuntual “perro con todo” del transcurso de la tarde en las adyacencias de la Plaza Venezuela.
En la base de cada una de las caras del reloj, en lugar de la inscripción en latín que dice: “Dios guarde a nuestra reina Victoria I”, no es difícil imaginarse lo que se leería en perfecto criollo y en letras mayúsculas…

Durante los últimos años hemos escuchado que la sociedad está dividida en este país, y es verdad, “puntuales e impuntuales”.
El venezolano es impuntual por tradición, está en su estirpe, en su casta, en su cultura arraigada a la inexactitud. Es preferible cambiar la bandera o hasta el mismísimo nombre de la patria, como se ha hecho hasta ahora, pero no este patrimonio tan importante, de ser así, daríamos el paso más relevante para convertirnos en un país desarrollado, que respeta al tiempo y le venera, pasaríamos de inmediato del tercer mundo al primero; y la verdad es que aún no estamos preparados para lucir ese adjetivo.
Visto así, me atrevería a decir que la orquídea, el araguaney, la arepa, el pabellón, las hayacas, el turpial y la impuntualidad, seguirán siendo los patrimonios nacionales. Aunque pensándolo bien, o mejor dicho, pensando como un venezolano, no todo es malo en eso de la impuntualidad.

¿Qué pasaría con los vuelos y todo el trajín del aeropuerto? Los puntuales ya habrán hecho la fila interminable por ti, al fin de cuentas, en este caso en particular, si se es puntual con el límite de la hora permitida para ser impuntual, no solo te evitas la cola, sino corres el riesgo de salir premiado por tu retraso, bien sea con el tan esperado loto del “up grade”, o ¿por qué no? recibir una noche más en un confortable hotel incluyendo hasta viáticos inesperados…
¿Y todo gracias a quién?… A los que madrugaron por ti.

En una entrevista de trabajo, no está muy bien visto… pero no deja de ser conveniente, al fin de cuentas, que más da, si de igual modo te harán esperar.

Si hablamos de una cita a ciegas, la impuntualidad es imperativa. Será tu única puerta con el cartel de salida de emergencia disponible para escaparte de no ser lo que esperabas.

En el coito, la puntualidad a los varones nos deja muy mal parados. Para una mujer nada como un hombre que en la cama, llegue más tarde que nunca.

Para ir a votar, hay quienes desperdician sin razón alguna un día entero para hacerlo, total, las mesas de votación siempre cierran más tarde de lo previsto. Esperando al impuntual...

Los impuntuales están contentos con el tráfico como está, salen siempre tarde, esperando no conseguírselo para llegar a tiempo gracias a un milagro y así poder alardear, incluso sentirse ofendido si se les hace esperar. Es que el descaro del impuntual es tan extenso como sus excusas.
La regla de oro del impuntual será llegar cuando pueda, eso sí, sin retrasarse más de la cuenta, de lo contrario quien le espera, probablemente desista de esperarle y luego tendrá que esperar por el, cualquier otro día.

Hay quienes piensan que una agenda electrónica es la panacea a la impuntualidad. Sin embargo, hay millonarios que nunca llegan y pobres que se cansan de esperar.
La verdad es que ninguno tiene la razón, ni la culpa, hasta el tiempo llega tarde cuando es necesario, sobretodo para los impacientes, ninguno considera al otro, uno por la premura y el otro por retrasarse.

“Más vale tarde que nunca”, de seguro lo dijo un venezolano por primera vez.
Los más farsantes se sinceran al momento de usar la hora. Desconozco otro país en donde se paute una cita formal con un margen de dos horas o más, de diferencia.
La frase: “después del almuerzo” puede prolongarse hasta el día siguiente.
“En el transcurso de la mañana”. Expresión que he investigado a fondo y aún sigo sin dar con el reloj que marque esa hora.
Cualquier hora con el sufijo, “y pico”, puede llegar a parecerse a la trocha.
“Mañana a primera hora”, es una cita que incita al terror para el impuntual, porque en esta ciudad sobrepoblada es innecesario tentar al tiempo si se cuenta con la fortuna del final de la tarde.

A los impuntuales el tiempo se les pasa volando, al puntual, el tiempo apenas le rinde lo necesario.

Es verdad que en una sociedad donde el tiempo no se respeta, se apresuran las calamidades del vicio y del facilismo. A pesar de tantas razones para ser impuntual, “según la picardía criolla” no se puede aspirar a salir de la pobreza, tan rápido como somos incapaces de llegar a una entrevista de trabajo a tiempo.
Con esta mentalidad, cada vez se hace más cuesta arriba estar cerca de lo que no sabemos su traducción literal “el fulano desarrollo”, de su forma de vida y del irreconocible respeto al prójimo, que tanta falta nos hace a los que habitamos por estos lados del mundo incivilizado.

lunes, octubre 23, 2006

CON UN PAR DE GOTAS ES SUFICIENTE.


Cada vez que llueve en Caracas, llegan consigo dos elementos irreversibles: trancas interminables y un cambio de guión para la vida de los caraqueños. A pesar de sus distintas formas de llamarla, son muy pocas las veces que arrecia en la ciudad. Aunque una gota, siempre será suficiente para colapsar el tráfico, ya de por sí inmerso en el caos constante y superlativo, cobrando con sus trampas camufladas de asfalto, seguramente más de un amortiguador.

Sin embargo, el tráfico no es el único protagonista cuando llueve en Caracas. Una parte de esa lluvia se da la tarea de alimentar suculentos jardines, mientras la otra, transgrede y somete a los techos vulnerables e incapaces de protegerse de ella. Desde allá arriba, su presencia recuerda, que Alí Primera tenía razón
Cada gota ofrece un sonido distinto a quien las oye con el color de su propio significado. El indigente, por ejemplo, le saca provecho solidificando sus grasas y sabiéndose cuerdo en medio de tanta locura, mientras ve huir de ella a la mayoría, como si de la peor de las pestes se tratara, alegando pulmonías improbables, o simplemente defendiendo la reputación de sus estilistas.

En Sabas Nieves la gente se refugia como puede, mientras el resto del cerro, siempre sediento de ella, se sacia para seguir siendo pulmón.
Mientras tanto, del otro lado del Ávila, habrá quien asocie cada gota al miedo de una vez más y a las lágrimas por sus muertos de aquel día incapaz de escampar en la memoria.
Motorizados resguardados bajo el puente de turno, protegiendo sus calzados con bolsas improvisadas, ya son parte de nuestro patrimonio urbano.
Como en cualquier ciudad, la lluvia moja de diferentes colores, pero en Caracas no es el color lo que cuenta, sino la disposición de mojarse o no, y cuán conveniente es.
Para los buhoneros, es una razón contundente para no llevar el pan a sus casas, mientras en los clubes de la capital con sus exuberantes piscinas, todos desertan inexplicablemente, incoherentes y apresurados, por lo inapropiado a mojarse con otro tipo de agua que no contenga cloro, ni orina.
Casi siempre, irreverente e inoportuna para los desaciertos desde Cagigal, hace que nuestra cultura se mofe, contraria a otros países, a las recomendaciones del tiempo.
Sin mencionar a la carretera panamericana, jugando al asesino en serie divirtiéndose o simplemente ganándose la titularidad en la prensa mezquina y sedienta de sus atrocidades cada vez que llueve sobre ella.
En fin, La lluvia en Caracas rocía a una ciudad y a sus habitantes con la gota circunstancial del momento, y para resumirlo. Cuando llueve en esta ciudad, no solo cae agua del cielo, sino recuerdos, sentidos e historias insospechadas, alteradas o simplemente pospuestas

Tortura multicolor


De haber protestado airadamente en ese momento, las cosas no habrian cambiado a su favor, todo lo contrario, tantas charlas al respecto emergerian instantáneamente para llevarlos al mismo punto de partida, sin mencionar que ya estaban allí, ese era su plan y contradecirlo, sería avivar el mismo sermón que predicó desde que salieron de casa: “Para vestir no hace falta una marca, sino buen gusto”

Jonás no lo creía, lejos de una enseñanza, más bien parecía una suerte de penitencia por algo hecho o por hacer, e irremediablemente ese era el precio que tenía que pagar.

En medio de tanto desorden, apenas podía decidir cual de todas esas camisas era la que menos le gustaba. Tantos colores mezclados en una sola repisa lucían antagónicos a la filosofía de su padre.

Mientras descartaba con su mano asqueada al contacto con tanta ropa de mal gusto y peor aún, sin marcas reconocidas, el joven muchacho no dejaba de imaginar: ¿ qué pensaría Jimena al verlo vestir cualquiera de esas camisas que emulan la lástima y el desprecio que produce una mascota sin pedegree en adopción?
Para Antonio Castañeda, su padre, era mucho más sencillo que eso. Pensar en Jimena o en el resto de los compañeros de su hijo en esa fiesta de fin de curso, era irrelevante. Cada cual sustentaba su visión con convicción y argumentos razonables.
Su padre era incapaz de entender, que esa fulana marca, “como el la llamaba” era capaz de cambiarle la cara a su hijo, inclusive su actitud, su seguridad y hasta su liderazgo, pero al fin de cuentas, eso para el no venía al caso.
Lo único claro es que mientras Jonás recibía más sugerencias por una o por otra camisa, más intensidad le sumaba al sentimiento de odio que sentía por su padre en ese momento.
Se sentía en medio de una batalla desigual, sin dinero y sin un solo aliado que le ayudara e escaparse de allí, o al menos sugiriera alguna otra tienda con firmas reconocidas y no, ese cementerio disfrazado de carnaval tan inapropiado, tan detestable.
Todo lo que allí vendían no era más que una crítica, una burla o peor aún, un desplante proveniente de Jimena.
Mientras más caras de desaprobación hacía Jonás, mayor la insistencia de su padre. La tentación por gritarle la verdad a la cara, estaba a punto de ver la luz, sin importar las consecuencias, incluso era preferible no asistir a la fiesta, alegando cualquier excusa poco creíble, pero el dilema si dejar a Jimena sola en medio de tantos lobos hambrientos de ella, era tan fuerte como la angustia de presentarse allí, vestido sin una marca y verse rechazado por culpa de la etiqueta.
Desesperado, pensó en Kike, su hermano mayor, pero este plan tampoco funcionaría, su ropa era intocable, al punto de acorralar las dos puertas de su closet con cadenas y candados que solo él conocía el escondite de la llave.
No había vuelta atrás, había que tomar una decisión y rápido, su padre estaba convencido que la camisa que sujetaba con aquel dragón escupiendo fuego, era la más bonita de todas, simplemente porque cuando la sugirió, no obtuvo una carota como respuesta. Jonás no le había prestado atención inmerso en su dilema, se debatía en su interior por hallar una salida sensata.
Al percatarse, solo dos cosas quedaban por hacer: recurrir a la manipulación, o la más cruel de todas, rendirse y aceptar su destino del hazmerreír en la fiesta.
Tantas ideas para manipular a su padre corrían como pólvora por su mente, desde hacerse el incomprendido, hasta culparle por su decisión de no asistir a la fiesta, pero ninguna funcionaría, su padre era impermeable a esa estrategia. Fue entonces cuando madurar fue lo más sensato, lo menos idiota, lo inevitable y así escogió la camisa que más llamó su atención.
Esa tarde “en la fiesta”, Jonás descubrió que la mayoría de sus compañeros, habían visitado la misma tienda del terror que el tanto llegó a odiar, no había sido el único en vivir esa tortura multicolor, muchas de las camisas que el rechazó, desfilaban desapercibidas para la mayoría, y la que el escogió, la que más se parecía a el, a pesar de su marca desconocida, a Jimena le gustó tanto que fue ella quien tomó la iniciativa para invitarlo a bailar.