viernes, enero 12, 2007

LAZARILLO PARA DOS.


Antes de interesarme en su nombre y preguntárselo, compartió conmigo ciertos datos anecdóticos de su niñez y de cómo habían cambiado las cosas desde entonces. Al principio, me vi tentado a interrumpirle e ir directamente al grano, me refiero a comprarle el Kino a ese viejo que pregonaba a cuatro vientos que llevaba consigo el que ganaría el sorteo.
Confieso que me importan muy poco los juegos de envite y azar, a pesar de eso, caí en la tentación y mordí el anzuelo de su estrategia, sin embargo sentí en ese momento, que para comprar un Kino, no tenía que pagar un peaje de escucha indispuesto.
Lo insólito es que no me di cuenta cuando empezó a interesarme su relato, tampoco recuerdo qué dije o qué no, para que éste comenzara a narrarme su crónica personal.
Yo tenía otras cosas que hacer, por lo visto menos importantes queseguir allí, escuchándolo... Pensé que todo aquello que me contaba, lo traía consigo esperando al afortunado ganador de alguna especie de rifa, cuyo premio no era otro sino la clave de cómo debe ser vista la vida, y entonces poder entregar el testigo de tanta sabiduría. Aparentemente... yo era esa persona.
Hoy a esta hora y después de tantos días, para mí sigue siendo un enigma cómo logró percatarse en un momento de nuestra tertulia, de que yo no le veía a la cara mientras me hablaba. Era claro que Asdrúbal, o mejor dicho, don Asdrúbal Herrera, era invidente, pero debo reconocer que el viejo tenía razón, justo en ese instante de nuestra conversación, no le miraba a él sino a un par de tetas rabiosas y ladronas de aliento que vestían de gala la salida del metro, a medida que emergían desde las escaleras mecánicas hasta la superficie del boulevard.
Recuerdo con claridad no haber hecho ningún comentario al respecto, no quise ofenderle, o peor aún, restregarle en la cara de lo que se perdía, inclusive, yo miraba a la mujer de reojo, y eso que Karina "mi esposa" no estaba conmigo, de seguro lo hice acto reflejo, producto de andar siempre en compañía de sus celos agoreros y aguafiestas.
El viejo me sorprendió y me hizo dudar de su ceguera en el instante que comentó con picardía lo buena que estaba la susodicha. Lo miré con desconfianza directamente a los ojos para intentar desenmascarar su falsa ceguera y como si él supiera que intentaba inspeccionar a través de sus lentes, se los quitó sin mayor vergüenza y me confirmó su condición. Eso me impresionó, acto seguido, él sonrió, arropó sus tinieblas y continuó su historia.
Después de un buen rato haciéndonos compañía, quise despedirme, no sin antes pagarle casi a la fuerza el Kino que no quiso cobrarme y preguntarle el porqué de dos perros. De inmediato se le escapó otra sonrisa y de primero, me presentó a Ángel, según él, su amigo inseparable durante los últimos catorce años. Me contó brevemente algunas anécdotas y lo fiel que había sido su perro amigo desde que lo escogió como lazarillo. El segundo, un perro catire al que llamaba "el gallego". Un animal mucho más joven y por demás el nuevo lazarillo de ambos. Ángel con el tiempo, también había perdido la vista, y como su dueño y amigo, necesitaba de un lazarillo.
Asentí con agrado su explicación y don Asdrúbal me miró de frente, como si realmente pudiera verme, concluyó la conversación con la sabiduría que compartió conmigo durante aquel rato diciéndome que como Ángel ninguno; que este merecía toda su confianza, pero que una cosa es la amistad y otra la estupidez.